- ¡OH, joder¡ ¡Corre, corre! ¡Luego te lo explicaré todo! – Y en el momento que lo dijo cogió mi mano y echamos a correr uno junto al otro. No podía creer en mi suerte, después de tantos quebraderos de cabeza aquí estaba yo, con el chico de mis fantasías intentando protegerme de dos chaladas. Ésta no era la idea que tenía para los dos, claro que lo que estaba pensando era muchísimo mejor si estábamos a solas.
Pero, ¿Qué hacía yo corriendo? Independientemente de que él fuera humano. Nunca he tenido que huir de ningún enemigo. Yo, la que miraba al miedo a la cara, huyendo de dos… En ese instante, las miré para cerciorarme de si nos seguían. En aquel momento las reconocí como seres sobrenaturales. Pero, ¿que hacía mi chico fantasía liado con unas…? Las volví a oler. ¿Hadas? Pensé arrugando la nariz. Un momento, también había un trazo de ángel. Pero no podía ser, estábamos solo nosotros cuatro, de eso estaba segura. Estaba realmente hambrienta, el olor de hada y ángel solo habían aumentado mi apetito.
Solo corría por estar a su lado, sabía que era una tontería, que tendría que haber parado todo esto hace tiempo. Él no tendría que temer por su vida teniéndome a su lado. Su mano estaba un poco más caliente de lo habitual al contacto con la mía. Soy un vampiro, pero no estoy fría. Mi temperatura corporal es un grado o dos inferior a la de los seres humanos. También sentí su fuerza en nuestras manos unidas. Por supuesto, le había subestimado. Parecía que poseía mucha más fuerza de la que normalmente posee un hombre normal de la calle.
- ¿Por qué corremos? - Le dije intentando mirarle a los ojos sin caerme, una hazaña casi imposible si teníamos en cuenta que estábamos entre árboles.- ¿Quiénes son esas?
- Ahora mismo no te lo puedo explicar. Sólo hazme caso y corre por tu vida. – Me miraba mientras me hablaba, su mirada era tierna. ¿Pero de qué hablaba? ¿Correr por mi vida? Eso sí que no.
- ¡Basta, deja de correr!- Le grité mientras me soltaba de su mano. No podría enfrentarme a ellas si tenía el tacto de su mano en mi piel. Me dejó en la mano una quemazón dulce y erótica. – Yo no he corrido por mi vida jamás y no voy a empezar ahora. – En ese momento me di la vuelta para hacer frente a nuestros problemas.
- Dime, ¿alguna vez te han dicho que eres insufrible? ¿Tienes algún problema con las órdenes? Bueno, me da lo mismo, hablaremos más tarde.- Esa última frase fue acompañada de una mirada a mi cuerpo que me encendió. Esa mirada prometía entretenimiento para rato. –Tú lo has querido, pero no te separes de mí.- Se colocó delante mío. Eso me sacó de mi ensoñación.
- Muy gracioso guapo, el que no debe separarse eres TÚ de MÍ. – Le dije de forma burlona haciéndo énfasis con mi dedo. Me adelanté y me coloqué a su misma altura. En ese momento las reconocí a ambas.
Vaya suerte la mía. Estoy segura de que hay miles de hadas en este mundo, descontando las que había matado, y tenían que ser precisamente ellas. Virgin y Loren. Ambas habían sido desterradas por mi madre Issabella. Alguien que no las conociera pensaría que están dentro de la denominación genérica de hadas oscuras. Pero dentro de esos seres podemos encontrar a Virgin y Loren, lo peor de lo peor. No solo eran vengativas, sino que eran crueles, hipersensibles y se creían las reinas de todos nosotros. Parecía que era contra ellas o muertas por ellas, no existía término medio entre ambos estados. Y, por supuesto, era fácil adivinar en qué punto nos encontrábamos, yo y… ¿Cómo era posible que aún no supiera su nombre?
Por supuesto, creerse una reina cuando en realidad no lo eres tenía un inconveniente. Mi madre, la verdadera reina de la Hermandad, convocó como es tradición, a una multitud de seres de la oscuridad en mi nacimiento para prometerme lealtad. Entre ellas, en efecto, se encontraban las dos odiosas hermanas. En un momento de envidia por mi belleza y futuro lugar en el trono o algo así, me maldijeron. Mi madre, como era de suponer, no se quedó de brazos cruzados y luchó contra ellas. Y a pesar de que ella es un vampiro, al igual que yo, entre sus muchas facetas destaca la compasión y les perdonó la vida. En cambio, fueron desterradas. Si en algún momento volvían a pisar Italia morirían.
- ¿Qué estáis haciendo aquí? – Les dije mirándoles a ambas. - ¿Por qué habéis venido?- En ese momento me adelanté dejándolo a él detrás de mí.
- No te queremos a ti. Venimos a por él. Quiero que me dé todo lo que tiene.- Dijo con una sonrisa. Entonces las observé. Ambas estaban sangrando aunque no parecían muy malheridas. Lucharía antes que darles a mí chico.
- Virgin, Loren – Las nombré mirándolas con seriedad. Después de unas cuantas luchas había aprendido alguna que otra técnica de intimidación. – Vais listas si os creéis que os voy a dejar matarlo. No tenéis ni la más mínima oportunidad de tenerlo.
- Basta ya preciosa, te podrían matar.- Me dijo mi chico fantasía mientras me agarraba por los hombros y me colocaba otra vez detrás él. Este chico no tenía remedio. Se comportaba como si fuera capaz de hacer frente a estas dos. No se trataba de machismo, nada de eso, parecía como si realmente pudiera protegerme. No sabía si insultarle o abrazarle. Me dejó demasiado sorprendida con sus acciones como para reaccionar y eso, sin duda, se reflejaba en mi expresión estupefacta. Pero no sólo fue eso lo que me dejó atónita, sino su siguiente movimiento.
En menos de lo que tardé en parpadear, él ya estaba encima de Virgin con una daga en cada mano. Definitivamente nada de esto era normal y mucho menos esta noche. ¿De dónde había sacado esas dagas de la ciudad de la luz? ¿Quién era él? No podía entretenerme, tenía que aprovechar el factor sorpresa. Saqué mi espada y me lancé de un salto en dirección a Loren. Era rápida, ágil y casi me igualaba en la lucha. Pero casi. Podía perfectamente luchar contra ella y fijarme en la disputa que estaba teniendo lugar a escasos metros de nosotras.
Eso fue lo que me perdió. Mirarle. Nada en toda mi vida había igualado, ni siquiera rozado, la belleza de esa lucha. Era casi un baile. Sin duda Virgin era rápida y astuta- sin olvidar que podía leerle la mente- pero era evidente que no podía igualar la fuerza y rapidez de él.
Estaba peleando con Loren y observando a Virgin. En cuánto notara que no pudiera con ella intervendría a favor de él. En ese momento, Loren aprovechó mi distracción y hundió su daga en mi cuello con un movimiento ágil y veloz. Caí lentamente hacía atrás. Puse una de mis manos en la herida, presionándola, estaba perdiendo sangre demasiado rápido. Tendría que esperar a que la herida se cerrase pero, aún así, había perdido mucha sangre. Además, había que sumar que estaba demasiado hambrienta y esto sólo me debilitaba más.
Pero parecía que ambos habíamos estado haciendo lo mismo, nos habíamos estado observando durante la lucha. Se dio cuenta perfectamente cuando caí al suelo. Su mirada se encontró con la mía y allí, ya no quedaba nada de ternura y pasión, solo ira. Su cara se transformó de una belleza dulce a una belleza oscura, pura rabia encarnada. A su alrededor, apareció una brillante luz y de su ancha espalda unas preciosas alas. Todo ello unido a un gran poder que le rodeaba. Mis ojos se apartaron de su imagen con un doloroso pinchazo. Mi mente no quería aceptar lo que mis ojos veían. Estaba totalmente paralizada.
- ¿Estás bien?- Me dijo acercándose hasta mí.
Mi cuerpo permanecía estático, al igual que las dos hadas. Ningún ser oscuro quedaba inmune a la belleza de una criatura celestial. ¿Era un ángel? Mi mente comenzaba a funcionar y enviaba mensajes contradictorios. No, no podía ser un ángel. Sabía que me estaba hablando pero no podía contestarle, esa luz eclipsaba todo lo demás. Su camisa había sido rasgada y quedaba al descubierto todo su torso y en lo único que podía pensar era en que ese cuello tan delicioso tenía que ser mío. Ese olor que desprendía…
Estaba perdiendo demasiada sangre, si no me alimentaba pronto entraría en juego mi instinto de supervivencia. Me alimentaría del primero que encontrara. No debía de pensar en eso, me tenía que concentrar en la lucha. Bueno, ahora en la no lucha.
- Me ha cortado en el cuello pero no te preocupes me curo rápido.- Le dije en cuanto fui capaz de pensar con coherencia.
Me ayudó a levantarme y en cuanto me tocó, le sentí en mi interior. Sentí esa quemazón, ese poder me acogía entre sus brazos, unida a mi sed, no pude remediarlo, quería urgentemente su sangre. Si seguía mirándole el cuello… No podía. Pero olía tan apetitoso… - Necesito sangre, he perdido demasiada. Además, creo que esa daga estaba envenenada. La herida no cura como debería.
- Muahahaha, no sabes quién es él ¿verdad?- Dijo clavándome su mirada. Seguía riéndose a lo lejos.
- Cállate maldita zorra.- Le dije mientras mi chico-ángel se ponía delante de mi. Esa parte de que el chico fuera un ángel tenía que analizarla más adelante. – Tú y tu hermana me estáis cansando. Iros antes de que me recupere u os mataré a las dos, de aperitivo no sabéis tan mal las hadas oscuras. Aunque claro está, no servís ni para ser plato fuerte.- Tenía que ganar tiempo para recuperarme.
- Y dime ángel, ¿tú sabes quién es ella?- Loren siguió con la retahíla sin ni siquiera inmutarse con mis puyas. Y qué más daba quién fuera quién, no podía ser mucho peor de lo que ya era. Una vampira y un ángel, ¡ja! Ni en un culebrón de esos que aparecen en la televisión humana. Una vampira que tenía fantasías con un ángel, su peor enemigo. Toda esta broma no tenía fin, en mi interior nada había cambiado. Además, no lo aborrecía como lo hacía con los demás, incluso me seguía gustando. Todo esto tenía que ser una secuela de la pérdida de sangre o el veneno. Sí, eso era, solamente lo quería por su sangre.
- Muahahaha - Las dos hermanas se miraron con complicidad.- No me puedo creer que seáis tan ignorantes. Muahahaha. – Estaban disfrutando de lo lindo con todo esto. Ella y su hermana, la cual también era cómplice de sus risas perversas.- No me puedo creer que llevéis tanto tiempo uno detrás del otro y que ni siquiera sepáis que aspecto tiene vuestro propio enemigo.- ¡No podía parar de reírse la muy bruja! Pero no sabía lo que estaba intentando decirnos la muy loca. ¿Qué él era mi enemigo? Claro que lo era, se trataba de un ángel y yo mataba ángeles. Me siguió mirando como esperando una reacción por mi parte. ¿Y si se refería a enemigos de verdad? ¿Podría ser él…?
- Estás loca Virgin. Yo lo sabría si él fuera Izan.- Dije dándolo por hecho, totalmente convencida de mis palabras. Lo que no esperaba era la reacción de él. Se puso pálido como la nieve y dejó de brillar, sus alas desaparecieron de mi vista. Y mi boca cayó de su sitio, sintiéndola abierta.
- No, esto realmente no está ocurriendo.- Me miró a los ojos esperando algo de mi parte, evaluándome. - ¿Erika? - En cuanto dijo mi nombre un escalofrío recorrió mi cuerpo y una oleada de calor subió de mi entrepierna. Nunca en mi vida habían dicho mi nombre con tantos sentimientos en juego. - ¿Tú eres Erika, la que me buscaba para matarme? -
Erika, esa simple palabra en su bella boca había mostrado dulzura, traición y pasión. ¿Cómo podía estar pasándome esto a mí? Toda mi vida buscando a un ángel en concreto para matarle y ahora resultaba que me enamoraba de él. Que mala suerte la mía. O quizá… Tuve una idea que tomaba forma en mi cabeza. Quizás todo esto era por cierto maleficio. Demasiada mala suerte. No podía decir nada, sólo pude actuar.
Me tiré a por Virgin y, Loren me quiso interceptar, aunque no lo consiguió. Como por arte de magia, Izan la desvió de su trayectoria. La ira explotó en mi interior, una ira asesina, todo esto había sido culpa suya y de su hermana. Iba a matarlas aunque fuera lo último que hiciera, aunque antes debía hacer algo. Arrinconé a Virgin, incluso con mi debilidad, ella no era rival para un vampiro enfadado. Coloqué mi espada en su garganta.
- Quieta. – Presioné la punta de la espada en su garganta hasta que vi que salía sangre por el corte. El olor me taponó las fosas nasales y era lo único que podía oler. Mi hambre había llegado demasiado lejos, no había comido en horas. – ¡Te voy a matar perra! ¡Dime por qué he estado soñando con él todo este tiempo!- Intenté aguantar la compostura, necesitaba una confesión. Apreté un poco más la espada contra ella, un reguero de sangre apareció de la punta. Y Virgin pegó un alarido de dolor.
- ¿No te lo ha contado Isabella?- Dijo en cuanto pudo hablar. No debe ser muy cómodo hablar con una espada en la garganta.
- ¿Mi madre qué…? - Tendría que estar ganando tiempo. Si mi madre supiera algo me lo hubiera contado.- Recuerda que te lo estoy preguntando a ti y no a mi madre. – Me había cansado de esperar. Me deslicé rápidamente colocándome justo detrás de ella, mi espada seguía en su cuello. Desde atrás pegué todo mi torso a su espalda y giré su cabeza para tener su cuello más accesible. Coloqué mi boca en su garganta pero no seguí. Mi mirada estaba fija en Izan y en Loren. Su camisa estaba totalmente rasgada dejando al descubierto todo el torso desnudo. Algo me decía que mis manos deberían de estar recorriendo esa piel, probando la textura con mi lengua, saboreando cada gota de sangre derramada por su cuerpo.
- Cuando eras pequeña, yo y mi hermana te hicimos un maleficio. Exactamente el mismo que hicimos a Izan hace trescientos años. Aunque ambos por razones totalmente distintas.- Con esa frase miró a Izan. Había inmovilizado a Loren entre sus brazos y estaban de cara a nosotras. Observando nuestra conversación.- Fue simple casualidad que ambos maleficios os hicieran partícipes de ambos a la vez. Ahora sufriréis los dos para toda la eternidad.- Se encogió de hombros. Había olvidado que mis dientes estaban a centímetros de su garganta. Eso solo hizo más patente el olor a sangre en mi nariz, mi hambre crecía, me tenía que alimentar ya. – Supimos lo que habían hecho contigo y con el otro que estaba a punto de nacer. ¿Nunca te has planteado porque eres diferente al resto de los de tu especie? Esa es la verdadera razón por la que tu madre nos desterró.
En ese momento no pude aguantar más, el hambre me devoraba por dentro. No podía apartar la mirada de Izan, un pensamiento llegó a mi mente. Era “mi ángel”. El deseo y el hambre me consumían. La mordí, penetré mis afilados dientes en su fina piel y comencé a alimentarme. Por alguna extraña razón los ojos de Izan me eclipsaron. Era una delicia alimentarse, la sangre estaba caliente y salada, mi cuerpo se sacudía con escalofríos de placer. Sentía pequeños orgasmos que no hacían otra cosa que aumentar mi deseo por esos ojos.
Izan estaba cegado por mi mirada y yo por la suya. Pude ver la misma expresión en su cara que cuando estaba en mi fantasía, mientras me masturbaba en la bañera. Su rostro reflejaba alguna emoción que no reconocía muy bien, ¿Era dolor? En ese preciso momento Loren escapó de los brazos de Izan y corrió hacía mi y su hermana. En ese intento por ayudar a su hermana Virgin, me lanzó una daga justo en el momento en que su hermana se liberaba de mi agarre y se agachaba acertándome de lleno en el pecho. Cogió a su hermana y ambas desaparecieron.
Mi cara debería reflejar sorpresa y dolor, aunque no estaba muy segura de quién de los dos estaba más horrorizado por lo que estaba ocurriendo, si Izan o yo. Caí al suelo. Las pocas fuerzas que había ganado con la sangre del hada las estaba perdiendo a medida que mi sangre abandonaba mi cuerpo. Tumbada en el suelo con los ojos cerrados me arranqué la daga. Escuché unos pasos a mi lado, pero estaba demasiado débil para abrir los párpados. Necesitaba sangre muy urgentemente.
- La daga estaba envenenada.- El sonido de su voz venía de muy cerca. Estaba a tan solo medio metro de mí. Escuché cómo se arrodillaba a mi lado.- No te muevas. – Aunque hubiese querido no hubiera podido. Estaba totalmente indefensa ante mi gran enemigo y mi gran amor. ¿Cuál de los dos era el que tenía a mi lado en realidad? Sentí como colocaba sus manos en mi pecho. ¿Estaba taponando la herida? Aunque la taponara necesitaba sangre urgentemente. Sentí como sus manos, apoyadas en la herida, enviaban pequeñas ráfagas de poder que, en mi interior, notaba como pequeñas ondas de calor. Ese calor me arropó entera y dejé de sentir dolor. Bien, si me iba a matar mejor no sentir nada cuando ocurriera.
- Aún estás conmigo ¿verdad?- Me dijo mientras acariciaba mi cara. No podía hablar, demasiado esfuerzo. En cambio, moví la cabeza un poco para intentar comunicarme.
Me cogió en sus brazos, medio tumbada encima de él. Escuché el sonido de un corte y el olor a sangre me inundó la boca y la nariz.
- Bebe de mí, amor. Llevo trescientos años esperándote.- Me dijo al oído mientras movía mi cara hacía su pecho.
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