21 septiembre 2009

Capítulo 7. Confesiones parte 1

Mi instinto entró en juego, aunque de ninguna forma me hubiera resistido a ese olor. El tacto de su sangre llegó a mis labios, mi lengua fue a su encuentro casi de forma inconsciente. En cuanto su sabor me llenó la boca, sentí la explosión de placer que estábamos sintiendo. Mi cuerpo se sentía aún cansado y débil. De su boca salían pequeños gemidos de placer que me estaban llevando a la locura. En un arrebato me encontré sentada a horcajadas sobre él, pero en ningún momento paré de beber su sangre.

Una de sus manos me instaba a beber más de él y la otra, recorrió mis curvas hasta mi trasero. Su cuerpo estaba sometido a pequeños movimientos contra el mío. Estábamos siendo esclavos de nuestras pasiones y deseos. Mi garganta seguía tomando ese exquisito líquido de su cuerpo. Su sangre era…”excepcional”, era… “única”. Llena de su fuerza, su poder, su placer…

Realmente, ahora me doy cuenta de que no estaba pensando coherentemente. Su entrepierna rozaba la mía en cada movimiento. Mi cuerpo no se quedó impasivo, una vez que me había recuperado, mis caderas seguían el movimiento de las suyas y salían a su encuentro. Pero no podía parar de beber de él. Esa sangre me estaba llevando al clímax. Sé que debía de parar pero tal era el placer del que estábamos siendo presos que nuestras partes racionales estaban en un segundo plano. Nuestros cuerpos querían placer y ésta era la forma de conseguirlo.

Entonces Izan dejó de moverse, dejó caer sus manos de mi cuerpo. Se quedó inmóvil. Mi parte racional seguía sin responder. No encontraba ningún sentido a su acción. ¿Por qué había dejado de moverse? ¿Ya no le gustaba?

En ese momento algo me empujó y tiró al suelo. Abrí los ojos y miré a mí alrededor. Una pelirroja estaba agachada examinando a Izan. Su bella cara de ángel estaba pálida y no tenía buen aspecto. Claro, lo había olvidado, los ángeles pierden todos sus poderes si se enfrentan a la oscuridad. ¿Cómo era posible que Izan no los hubiera perdido? La razón volvió a mí. El corazón se me desgarró por el dolor. ¡¡¡Izan!!!. ¿Lo había matado? ¿La pelirroja habría llegado a tiempo?

Después de examinarlo y quedar satisfecha, la pelirroja se lo echó al hombro, no sin esfuerzo. Se levantó y mirándome me dijo.

- La próxima vez que te vea te mataré. Te buscaré. Moveré cielo y tierra para encontrarte. No importa donde te escondas. Te mataré con mis propias manos, zorra. – Dicho esto se fue corriendo.

Y allí tumbada, en al sitio exacto donde había tenido a mi ángel, me dormí llorando. Yo, la vampira despiadada y cruel que había quitado la vida a cientos de seres, llorando por la muerte de un ángel.

Supongo que vagué por la inconsciencia, entre sueños sin sentido, pero en un momento fui arrancada de ellos. Parecía que habían tardado una eternidad. Mis sueños con Izan eran la mejor parte de las noches, bueno, de los días.

Y entonces desperté en una cama grande y bonita, con dos almohadas y unas sábanas muy suaves de seda dorada. Era la primera vez que soñaba con esta habitación, de eso estaba segura. Inspeccioné mí alrededor y entonces vi sus ojos. Él me miraba de frente pero no podía ser él. Él estaba muerto, o eso creía yo. Yo le había matado.

Sus ojos reflejaban un conflicto que estaba llevando acabo en su interior. Para mí, todo esto era real. Ya me enfrentaría a las consecuencias cuando despertara, de momento era feliz aquí con él.

Él alargó la mano y me acarició. No pude resistir al escalofrío de placer que recorrió mi cuerpo con su simple rocé. Eso le debió bastar para seguir hacía delante y me acercó aún más a su cuerpo. Pero, por supuesto, esto no era real. Era un simple sueño. Y aunque sabía que no debía desperdiciar los momentos que mi inconsciente me brindaba no pude reprimir el dolor que me partía el alma cuando miraba su bella cara. Al instante, sentí una lágrima recorrer mi mejilla y sentí el roce de su dedo, retirando la humedad de mis ojos. De verdad era él… No le había matado pero, ¡espera! Esto no era más que un sueño. Pero, parecía tan real...

Tomé su cara entre mis manos y la examiné. En verdad era tan real… No podía ser, ¿qué demonios nos estaba pasando?

-Pensé que te había matado – le dije, mirándole a la cara con palabras llenas de dolor. Acunaba su cara en mis manos, su tacto tan real, tan cálido… Pero todavía me preguntaba si esto era un sueño.

-Pues ya ves que estoy vivo mi amor – y cuando escuché eso mi corazón se desbocó, y una sensación llena de paz me inundó.

Lo besé muy profundamente y con insistencia. Ya no podía aguantar más. Me daba igual que esto fuera un sueño. Le tenía entre mis brazos y no iba a dejarle escapar.

Me coloqué sobre él y le sujeté la cabeza con las manos. Ahora no quería que se moviese. Quería probar su cuerpo. Mis labios se dirigieron a su cuello, hacia el lugar donde aún le quedaban restos de mi mordida. Besé la zona con suavidad y, a continuación, pasé mi lengua por la zona. Un estremecimiento de placer nos recorrió a ambos. Él trató de moverse por todos los medios, pero le tenía bien sujeto. Su erección se hacía más patente a cada momento y sabía que él estaba a punto de enloquecer por completo. Lo notaba, lo sabía.

Dibujé una sonrisa en mis labios al tiempo que divisaba aquellos ojos suplicantes, pero no le solté. En su lugar, seguí recorriendo con mi lengua cada centímetro de su torso, hasta que, por casualidad, sentí nuevamente el dulce sabor de su sangre.

Sin querer le había hecho un pequeño corte a la altura del ombligo con mis colmillos y una línea rojiza empezaba a salir de la herida. Pude ver como él sonreía ante, lo que sabía, iba a hacer yo a continuación, de modo que no le hice esperar demasiado. Mis labios se fundieron con el escaso líquido, a la vez que enviaba descargas de placer por nuestros cuerpos.

De repente, ya no me encontraba sobre él. Sin darme cuenta, había soltado sus manos y él había aprovechado un momento de debilidad para situarme bajo su cuerpo. Sus ojos me enviaron el claro mensaje de que ahora sería él quien tomase las riendas, y así ocurrió. Empezó por mis pezones. Su lengua, rodeando la areola, me excitaba demasiado y cuando tomó mi pecho entre sus manos y comenzó a succionar como un bebé, no pude reprimir un grito de placer.

Cuando se cansó de mis pechos, continuó por mi vientre pero, al mismo tiempo, tenía su mano en mi sexo y jugueteaba con él, haciéndome enloquecer aún más. Por fin, después de todo, sentí su miembro junto a mi sexo preparado para inundarme de placer.

Y en ese momento desperté.

Abrí los ojos aturdida. Todavía me hallaba en el suelo, justo en el lugar donde había matado a Izan. Pero en cuanto me puse de pie sabía que algo no encajaba. Me llevé una mano a mi estómago, por debajo de mi ropa y allí estaba un reguero de sangre. La olí… Por supuesto que era de ángel. Pero, ¿cómo había llegado su sangre a mi estómago cuando estaba la camiseta entre medias? ¿Cómo de real había sido el sueño? Se había sentido muy real, demasiado, pero otra vez que no llegábamos a…

Me puse en pie y me dirigí hacia mi hermandad. Cuando llegué, ya estaba curada y me sentía como nueva, nunca había sentido mi poder así de fuerte. Además, había dormido como jamás lo había hecho. La verdad, había matado y bebido de muchos ángeles pero como Izan ninguno. Su sangre era como un néctar par mi paladar, un líquido exuberante y exótico que me hacía perder la cabeza. No sé si sería capaz de quitarme su olor de mi piel y mis labios. Me fui a mi habitación a ducharme y cambiarme, ya que mi ropa no estaba tan bien como yo esperaba.

En el momento exacto en el que me estaba relajando por fin de los hechos de toda la noche llamaron a mi puerta. Esperara que no fuera Nazan.

- ¿Hola?, Erika, ¿estás ahí? Soy Pamv, ¡¡¡Abre, abre!!! - ¿Mi hermana tocando mi puerta? Nunca hemos sido las mejores amigas, la verdad, pero siempre nos habíamos respetado.

-Pasa, pasa. Estoy aquí, en el baño.

Y entonces la miré. Tenía los ojos fijos en mi y había ira, mucha ira. Pude notarlo. Me miraba con esos ojos color miel encendidos. Su pelo negro azabache intercalado con mechas color fuego que caían por su espalda daban la sensación de ir a juego con su furia. Mi hermana era un poco más joven que yo. Le gusta la moda, lleva un piercing en el ombligo y tiene unas estrellas tatuadas que le caen por el hombro hasta la espalda, hasta llegar a la cintura.

- ¿Me puedes explicar qué te pasa? – Le dije mientras me vestía. No entendía qué bicho le había picado.

-¿Cómo que qué me pasa? ¿Que qué pasa? ¿Tú eres tonta o qué? ¿Te has hinchado a sangre de hada y te has vuelto medio gilipollas? ¡¿Por qué lo as traído aquí?! - No sabía de qué iba la historia pero pronto me iba a enterar- ¿Sabes lo qué me costó olvidarle? ¿Te haces la mínima idea del infierno que pasé? ¡No quiero pasar otra vez por eso! - Me dijo casi atacándome.

- ¿Traído a quién? No sé de qué hablas. Al único que he traído es a Nazan y, además, técnicamente no lo he traído yo, lo trajo killian. Me lo encontré en el bosque, en ese momento perseguíamos el mismo objetivo, no lo iba a dejar allí. – Le dije mirándola a la cara.

-No me puedo creer que esté aquí – Dijo para sí misma y entonces me miró. Estaba decidida a que supiera de lo que hablaba.- ¿Te acuerdas lo que me paso cuando me fui un año de caza al norte?

- Sí, que conociste a un ángel. Que se llamaba…. ¿Nazan? – Quería su confirmación pero ella me seguía mirando de la misma manera.- No, no. No me digas que este Nazan y ese Nazan es el mismo.- Ella movió la cabeza en señal de asentimiento. - ¿Pero cómo lo iba a saber? Él es ahora un vampiro y tú solo me dijiste un nombre. Lo único que me contaste en realidad es que te habías enamorado de un ángel y que habías tenido un lío. ¿Cómo iba a imaginar que el ángel del que te habías enamorado es ahora un vampiro y que, encima es hermano de Izan?- Definitivamente esto estaba llegando demasiado lejos, mi vida se estaba convirtiendo en una mala telenovela.

Pamv se sentó en la cama y me hizo un gesto para que la siguiera.

- Sé que no te lo conté en su momento. La verdad no sé si era capaz de ello. Me gustaría contarte todo ahora, pero no se si voy a ser capaz de hacerte entender todo… - Me miró a los ojos.- ¿Beberías?- Lo que me estaba pidiendo estaba mal visto entre los vampiros del mismo sexo. Cuando un vampiro bebía de otro podía ponerse en la piel del otro y controlar, ver todo sobre él. Si yo bebía de ella podía meterme en ese recuerdo y revivirlo como si fuera ella. Estaría en su interior. Diría, haría y sentiría todo lo que ella hizo en ese recuerdo.

- Sí - Sabía que era muy importante para ella hacer esto. Se levantó la manga y me ofreció su muñeca. Sin pensármelo dos veces hinqué los dientes en su piel y fui arrastrada hacía su recuerdo.

Me encontraba de caza, tenía mucha hambre. Estaba siguiendo una pista de olor de un ángel, había pasado por allí hacía al menos 3 minutos.

Su olor me llevó hasta una casa en ruinas, en la que podía sentir que se encontraba una criatura celestial. Mmm… Su olor me hacía la boca agua. Subí hacía el piso de arriba siguiendo el rastro, que me llevó hasta una habitación redonda. Justo en el centro estaba el ángel en todo su esplendor. ¿Siempre habían sido tan bellos y excepcionales, o es qué nunca me había fijado?

Nazan estaba sobre la cama, su rostro reflejaba un dolor intenso que sentía mientras se agarraba el estómago con ambas manos.

- No puedo sucumbir…. No puedo sucumbir… - Repetía una y otra vez mientras se balanceaba en la cama sobre su cuerpo. Me acerqué a él.

Estaba hambrienta, cierto, pero nunca había sido un animal. Me gustaba cazar, pero siempre y cuando me ofrecieran algo de desafío. Alimentarse de este ángel sería hacerle un favor.

Y entonces me sintió y abrió los ojos. Esos ojos azul cielo me imploraban.

- Por favor no me hagas daño. – Esa dulce voz junto con su miedo... No pude resistirme. Me senté en la cama junto a él. Me miraba con los ojos desorbitados y llenos de terror. No le iba a hacer daño, solo quería saber qué le atormentaba. Que yo supiera, los ángeles no podían enfermar y por supuesto este ángel no estaba herido, sino hubiera olido su sangre.

- ¿Cómo te llamas ángel?

- Yo… Soy Nazan – Su voz se relajó.

- Hola Nazan, yo soy Pamv.- Pero él no contestó. Cerró los ojos y fue presa de otro estremecimiento de dolor. Sí, soy un vampiro pero el dolor no me es ajeno. Sabía que mi temperatura corporal era algo menor que la suya así que, como simple ayuda, coloqué mi mano sobre su frente. Dejó de estremecerse y dio un suspiro de placer.

Después de varios minutos así, abrió los ojos y me miró fijamente. Muy lentamente comenzó a bajarme la mano desde su frente hasta su boca. En cuanto su boca rozó mis dedos sentí una sacudida de anticipación. Su lengua lamió mis dedos con hambre y fui toda suya. Agarró mi cabeza y me tiró junto a él, besándome de forma feroz.

Sus manos recorrían mi cuerpo, haciéndome estremecer. Sus besos bajaron por mi cuello y sus manos acariciaron mis pechos con ansia. Tanto placer resultaba insoportable y, cuando me sacó la parte de arriba y sus labios se encontraron con mis pezones, el placer se convirtió en lujuria. Nuestras respiraciones se entrecortaban con cada roce. Su lengua me acariciaba cada centímetro de piel dejando un reguero de besos y mordiscos hasta el límite de la falda.

Aún seguía conservando la parte de abajo pero, tal como iba la cosa, no iba a durar demasiado tiempo en su sitio... Y no me equivoqué.

Me arrancó la falda que llevaba puesta con los dientes y empezó a acariciar mis piernas. Tan solo el roce de sus dedos contra mi piel hacía que mi cuerpo se estremeciese aún más y... ¡Dios, no! ¿Estaba teniendo un orgasmo sin siquiera haber sentido su miembro dentro de mí? Su lengua y manos estaban en todos los sitios a la vez. Me acariciaban cada punto erógeno que tenía en mi cuerpo, y hasta algunos que ni siquiera conocía. Lo estimulaba y no lo estimulaba. Era la espera a su siguiente toque lo que me estaba volviendo loca de placer.

El grito que dí a continuación debió de oírse en dos kilómetros a la redonda y su risa socarrona eclipsó mi mundo. ¿Qué le había hecho tanta gracia?

En ese momento y sin previo aviso, me penetró. ¡Ah! Me llené de placer. Su miembro encajaba a la perfección con mi sexo, y le incitaba a penetrar más hondo. Creí que iba a morir pero, entonces, comenzó a moverse. Al principio muy lentamente y, después, con muchísima más intensidad. Mi cuerpo no se podía quedar quieto, su mismo movimiento frenético me hacía querer moverme contra él. Mientras me penetraba una y otra vez, paseaba sus manos por mi cuerpo y, en aquel momento, acercó sus labios a los míos. Y sin previo aviso una esencia de sangre me sobrevino. Me revolví en sus brazos de la sorpresa.

No era posible. Me había mordido y bebía de mí, pero no importaba. Lo único que estaba consiguiendo era enviarme aún más descargas de placer que me inundaban una y otra vez. Y, cuando estaba a punto de explotar, no pude remediarlo, mi sangre en sus labios junto a su olor y mi hambre pudieron con mis defensas y le mordí.

Su sangre llenó mi boca al instante, paliando la enorme sed que acumulaba pero, sus gemidos, me hacían enloquecer aún más. Nuestras sangres, nuestros gemidos, nuestras respiraciones estaban mezcladas. No sabía donde acababa yo y donde empezaba él. En ese momento el mundo tuvo sentido. Tenía sentido estar así siempre, y lo más importante tenía sentido el porqué de todo esto. Fue una sensación que nunca antes había experimentado, se salía de lo carnal.

En el momento en que ambos chillamos de placer, explotamos juntos en un éxtasis sin fin.Y Ocurrió. Su resplandor se atenuó hasta casi apagarse, su cara se quedó rígida y sin vida. Sus alas desaparecieron por arte de magia. Le tumbé en la cama junto a mí.

- ¿Qué ocurre?- Le tocaba la cara, el pecho, los brazos… El se estremecía una y otra vez, y aunque había sido parecido a hace un instantes, estos estremecimientos era de dolor. Gemía repetidas veces, - Dime que ocurre, por favor. – Le suplicaba que me hablara, que me dijera que ocurría. Que me diera una razón coherente para todo esto. Había perdido mi virginidad con un ángel. Le había entregado todo lo que poseía a un ser celestial al que apenas conocía. Al menos creo que me merecía una explicación.

- No….No….- Se retorcía bajo mi agarre.- Y entonces tuvo una compulsión. Después de eso se quedó inmóvil. Y, a continuación me miró y me dijo. - Has sido mi ruina.

Fui expulsada de los recuerdos de mi hermana con tanta brusquedad que caí al piso confusa y demasiado caliente para poder hablar. Aquel recuerdo me había hecho recordar mi encuentro con Izan, en un sueño hermoso.

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